miércoles, 17 de junio de 2009

A veces, la mejor manera de querér, es irse. A veces lo mejor que uno puede hacér por la otra persona es no estár. Irse es siempre una decisión, no es algo que pasa porque sí. Es de alguna manera, preservar lo querido. Cuidarlo, protegérlo. Guardarse una, y esconderse en una caja donde se elíge estár. Callarse y otorgar todo. Que todo pueda ser en su imaginación, también lo más horrible. Irse para no estár ni siquiera en sueños. Acomodár el equipaje para no dejár nada librado al azar. Sin dejár huellas. Cómo si nunca se hubiera estado. Con el tiempo aprendés que lo único que te quéda o lo que querés que quede de vos, es tú imagen, la imagen de lo que fuíste, y cuando la situación lo amerita, hasta eso das. Regalás tu recuerdo. Es preferible que piense que igual no valía la pena, ni era para tanto, que seguramente lo olvidé y seguí con mi vida. Escondér bien adentro las ganas de decírle, de pedírle que venga, que se escape para hacerme el amor, para acariciarme el pelo, para recordárme que es real y de que exíste. Ocupar intencionadamente todas las horas del día. Ponér a prueba la templanza, viendo con ojos de viejita sabía, para sabér que ya pasó el tiempo de la inconciencia. Porque es la distancia, los años, los lugares de donde venímos y a los que vamos los que nos separan. Y nadie vive eternamente en el presente. O quizás si, el presente es lo único real que tenemos, la verdadera vida. Irse se convierte entonces, en un plan torpemente concebido para matar los adioses sin desangrarse en palabras..

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